Este texto es para que lo leas cuando quieras recordar que el alma no muere. Para abrazar a tu niña interior, para sanar la idea de la muerte y vivir más en paz.
"Cuando termina el cuerpo, empieza el vuelo"
Un día, la niña que fuiste preguntó:
—¿Y si un día me muero, qué pasa?
¿Quién me cuida? ¿A dónde voy? ¿Duele?
Y la voz del alma, suave como un susurro, le respondió:
> “Cuando el cuerpo se apaga, no te vas.
Solo te quitás el abrigo pesado y volás más liviana.
Volvés a casa, donde todo es tibio y no hay miedo.
Donde el tiempo no corre, y la tristeza no existe.”
Primero, sentís una luz.
Tan brillante que no ciega, solo abraza.
Después, te esperan.
Un rostro amado, un guía que siempre estuvo.
A veces una abuela, un perro vie
jo, un bebé que no nació…
Todos los que te amaron y te esperaban desde el otro lado.
Y entonces recordás.
Recordás quién eras antes de tener nombre.
Recordás que viniste a jugar a la vida para aprender el amor.
Y que nadie fracasa.
Que no hay castigo, solo caminos.
Que Dios no te juzga.
Dios te recibe.
Y cuando llegás, te dicen:
> “Lo hiciste bien. Lloraste, sí. Dudaste, sí.
Pero amaste. Y eso era lo único importante.”
Y si dejaste algo sin cerrar, te dan tiempo.
Para mirar desde arriba, para perdonar y ser perdonada.
Y si el alma lo elige… un día puede volver.
A otro cuerpo, otro juego, otro aprendizaje.
Pero por ahora, descansás.
Sos paz, sos luz.
Sos todo lo que fuiste… y más.
No vivas para que no te duela el final.
Viví para que valga la pena el camino
Leé esto cada vez que la muerte te asuste.